jueves, 5 de julio de 2012

Wallerstein y Zibechi sobre las políticas sociales


“Coincido con Immanuel Wallerstein en sus recientes y contradictorias afirmaciones: los movimientos antisistémicos no podrán hacer gran cosa en el corto plazo si no se empeñan en acciones defensivas para «disminuir el sufrimiento» de los trabajadores y de las masas más afectadas de la pobreza; y, en segundo lugar, la batalla crucial a mediano plazo no será una batalla sobre el capitalismo, sino sobre lo que lo sustituirá como sistema social (Wallerstein, 2010). Eso supone que no debemos rechazar las políticas sociales sino exigirles más, en todos los sentidos, pero en particular más democracia, más participación de los usuarios en el diseño, ejecución y control de las políticas (...) la cuestión central es, entonces, disminuir el sufrimiento fortaleciendo la organización autónoma de los de abajo”.

Raul Zibechi, Contrainsurgencia y Miseria: Las Políticas de combate a la pobreza en América latina. 2010, pag. 16.

sábado, 30 de junio de 2012

Emilio Ambasz


Dentro de la arquitectura podríamos rastrear diferentes corrientes con posturas abiertamente "antiurbanas". Aquellas que pretenden reconstruirlo todo en lugares alejados de las ciudades y de sus problemáticas, como si estas pudieran ser eludidas tan fácilmente. Propuestas de este tipo se encuentran desde los socialistas utópicos hasta las de Le Corbusier. Dentro de esa tradición podríamos inscribir el interesante trabajo del arquitecto  argentino Emilio Ambasz, como una de las más recientes que podríamos desmarcar de las modas recientes sobre sustentabilidad y arquitectura verde. El texto es tomado de la revista vuelta de febrero de 1994, en la cual se incluye un fragmento de un texto titulado "Mi credo".

viernes, 29 de junio de 2012

Leyendo "El Capital" con David Harvey

El geógrafo y teórico social británico David Harvey, es un autor "popular" en la teoría urbana y muy citado en tesis y artículos de diversas publicaciones científicas. Varios de sus estudios más relevantes han partido de su relación con la "Geografía Radical", muy influenciada por los neomarxistas franceses de los años setenta. Por ello, en aquellas décadas se interesará en revisar El Capital en una clase dentro de la Universidad Jhon Hopkins (a la cual recién se había trasladado) desde una perspectiva de liberalismo de izquierda que influenciará notablemente el desarrollo de su trabajo posterior. Esta clase la ha seguido impartiendo desde entonces y en el  2010 subiría a You Tube un curso entero, con posibilidad de suscribirse también a un Podcast. Las clases, desde luego, se imparten en inglés, pero cuentan con subtítulos para 8 idiomas y, al menos en español, están bastante cuidados.


A close reading of the text of Karl Marx's Capital


jueves, 28 de junio de 2012

Entrevista al arquitecto Lucien Kroll: "Es más importante ser contemporáneo que moderno"

Entrevista realizada el sábado 4 de julio de 1998 en Valencia y publicada en versión resumida el sábado 18 de julio de 1998 por el periódico El País dentro del suplemento cultural Babelia.
Carlos Verdaguer
Valencia (España), julio de 1998 

Adalid de la participación de los usuarios en el diseño y pionero en el uso del ordenador en el estudio, el arquitecto belga Lucien Kroll ha sido uno de los invitados al congreso La arquitectura y las ciudades en el siglo XXI celebrado en Valencia a principios de julio. Organizado por la UNESCO y la Fundación Valencia III Milenio, el encuentro ha coincidido con la inauguración del recién terminado Palacio de Congresos de Norman Foster. Paralelamente al evento, en el que también han intervenido como ponentes el propio Foster, Dominique Perrault, Ricardo Porro, Itsuko Hasegawa, Carlos Ferrater, Antonio Cruz y Eduardo Mangada, entre otros, se ha organizado una exposición de maquetas originales de los 13 edificios más representativos de la última mitad de siglo. 


Casi todos los temas recurrentes en el debate arquitectónico actual han encontrado su hueco en el programa y tal vez ha sido precisamente esta voluntad casi ecuménica la que ha bloqueado un debate que, habida cuenta la diversidad de tendencias entre los participantes, se prometía más animado. En todo caso, no es a Lucien Kroll (Bruselas, 1927) a quien se puede culpar de esta falsa armonía. Convencido del valor enriquecedor de la polémica, comenzó su intervención felicitando a Foster por "este magnífico edificio del siglo XIX", donde se estaba celebrando la conferencia. 

Pregunta. Imagino que es usted consciente de que seguir defendiendo la participación es ir contra corriente.

 Respuesta. Sí, es cierto. Sin embargo, yo no voy a contracorriente más que de los arquitectos, son ellos quienes van a contracorriente de todo el mundo... Y no son más que un escaso millón en todo el planeta. ¿Qué importancia tienen más allá de la corporativa?
 A este respecto, me parece admirable que se haya decretado en este congreso que existían trece monumentos: se trata de un sufragio universal basado en los metros cuadrados de cuatricromía, supongo. Las verdaderas obras maestras serían tal vez las ciudades espontáneas de Pakistán o de México, que, en sus circunstancias dramáticas, han conseguido crear una armonía extraordinaria a base de capacidad de adaptación. En cualquier caso, yo no sé nada con total seguridad... Lo único que puedo elucidar de la arquitectura llamada moderna es que ya empieza a pudrirse un poco: está a punto de perecer, hay que transformarla urgentemente. Por supuesto, siempre se la puede modificar añadiéndole un poco de cosmética posmoderna o de cualquier otro estilo. Esto es ya mucho mejor que esas grandes máquinas que se utilizan y desechan a la misma velocidad y que nadie ha llegado a amar realmente, ni siquiera los arquitectos que las han diseñado y que no las han habitado nunca. Se la puede cambiar disfrazándola de arquitectura antigua, de falso romano o de falso griego y hay veces que incluso queda muy bonita y conmovedora. Al fin y al cabo, León Krier es un magnífico dibujante... También se puede recurrir a la cosmética Walt Disney, lo cual puede ser ciertamente una enseñanza de gran utilidad en arquitectura.
 ¿Y Gehry? Sí, posee "virtudes de arquitectura" realmente notables, por mucho que esté poco vinculado, poco imbuido del paisaje geográfico o cultural, poco en connivencia con lo vivido localmente, pero su arquitectura es muy bella.
 Sin embargo, yo sigo creyendo que acercándose a las personas, estando con ellas (sin considerarnos diferentes de ellos), entendiéndolas, escuchándolas (no hace falta ni siquiera preguntarles, pues nunca les cuesta hablar), se aprende mucho, a condición de ponerse en "estado receptivo", pues se trata de entenderles y comprenderles honestamente, y no de oir sólo lo que se quiere oir... Y si se consiguieran captar las formas personales de habitar y se aprendiera a organizarlas respetándolas como si se tratara de una cultura infinitamente preciosa, se encontrarían formas y arquitecturas nuevas y auténticas. Es así como pueden llegar a realizarse proyectos de arquitectura coherentes pero más complejos de lo que el ego del arquitecto oficial desea...
 Porque la "gente" no es una masa informe, limitada de por sí, se trata más de un movimiento que de un grupo cerrado. Reacciona de forma viva, al contrario que los esquemas estériles y abstractos que nos vemos obligados a inventar para darnos importancia. Utilizando como elemento de composición esta diversidad, tal vez consigamos que lentamente se cree un verdadero tejido urbano. En caso contrario, sólo podemos aspirar a crear aparcamientos de lujo...
 Espontáneamente, la complejidad se convierte en expresión indispensable de la diversidad: la repetición distraída de elementos muertos es algo criminal. Podemos combatirla con todos los instrumentos técnicos, económicos y racionales recientemente desarrollados. Y además, no cuesta nada.

P. ¿Cree usted que, a pesar de todo, el arquitecto sigue siendo necesario?

 R. Sí, cada vez más necesario. A pesar de todas las críticas que merece, sigue siendo quien mejor hace arquitectura. Si se deja que sean otros quienes la hagan, siempre faltará una dimensión esencial. Los ingenieros realizan a menudo edificios muy bellos, instrumentos o infraestructuras magníficas, es evidente, pero no se trata de eso. Son objetos solitarios. El arquitecto es un buen generalista y un mal analista. Está muy poco especializado, pero para eso siempre puede recurrir a otras profesiones complementarias. Él tiene que tener en cuenta todo lo que encuentra en su vida privada, en su vida cultural y profesional, en las personas con las que se cruza, en la historia y en las técnicas, en el desorden, en el espíritu de su tiempo, en la poesía, etcétera.
 Es él quien realiza los contactos "ordinarios" con las personas de verdad y esto es algo irremplazable y anterior a los análisis sociológicos y psicológicos y a las administraciones benevolentes. Pero no estoy muy seguro de que los arquitectos más reconocidos actualmente o los que se encuentran en este congreso busquen contactos de este tipo. Los arquitectos necesarios no son los que ahora conocemos, sino aquellos que se hayan formado, se estén formando o se formen en un futuro de una manera por completo diferente. Al fin y al cabo, es del siglo XXI de lo que hablamos, ¿no?
 Para afinar los proyectos y adaptarlos a la cultura real de los habitantes (no a la que les ha sido prestada o impuesta), en los años venideros, harán falta muchos más arquitectos de los que la industria moderna y bárbara de la construcción está preparando. No hay más que leer el informe "Atkins" encargado por la Unión Europea a un gabinete de encuestas sobre el papel miserable que las empresas dominantes reservan a los arquitectos: el de meros gestores.

P. Una de las justificaciones que se esgrimen para rechazar la participación y la diversidad en el proceso de diseño es económica. ¿Resulta más caro incluir estos aspectos? 

 No, en absoluto. En primer lugar, la industria de hoy en día, poco tiene que ver con el prefabricado pesado "proto-industrial", que ya no se hace. Sin embargo, pervive una ideología del objeto industrial, un romanticismo inevitable de la forma mecánica, ya pasado de moda, pero aún reinante en algunos reductos.
 Según creo, la serie industrial fue descubierta por Remington : con ocasión de un encargo de doce fusiles por parte del gobierno estadounidense, él los hizo fabricar por piezas separadas, diciendo que "cada pieza iba unida a otra". Era la primera vez en la historia de la humanidad en que las piezas industriales perdían su lugar personal y a sus vecinas. Posteriormente, la serie de doce se convirtió en decenas de millares y actualmente de muchos millones. Y digo esto porque cien ventanas normalizadas no constituyen ninguna ventaja industrial: no son más que nostalgia de la era preindustrial.
 Las viviendas nunca se cuentan en millones: siempre están formadas por productos y elementos secundarios. En nuestro estudio tratamos de inventar componentes que, como la misma palabra indica, sean elementos amables con sus vecinos y que se modelen a partir de ellos: es una simple cuestión de educación. Se trata de algo más que un simple componente estándar que no tiene más que ligazones mecánicas y técnicas con sus vecinos para dar lugar a una máquina que funcione. Los nuestros son al mismo tiempo empáticos, espirituales y arquitectónicos. Gracias a las componentes, se puede conseguir no repetir nunca dos veces la misma situación, garantizando así una escala sensible de percepción.
 En mi conferencia he mostrado setenta y cinco vivienda que hemos construido en Saint Dizier: las ventanas son todas del mismo fabricante, pero son todas diferentes y por el mismo precio...
 En Haarlem, en los Países bajos, hemos diseñado 129 viviendas con los ajustadísimos presupuestos holandeses: hay 250 dimensiones diferentes de ventanas y no ha costado más caro. ¿Por qué rechazar esta posibilidad? No hay más que meter en el ordenador todas las dimensiones en abscisas y coordenadas. Es fácil y además, la diversidad no resulta cara de gestionar. A mano era mucho más difícil: había que rehacer 250 veces el mismo dibujo, lo cual llevó rápidamente a que se convirtiera en una arquitectura de fotocopiadora, y eso es algo que ya no se parece a nada. Cierto arquitectos un poco retrógrados aún aman la regularidad, las crujías idénticas, las ventanas repetidas, las plantas disciplinadas, etc. Pero, desde el exterior, ¿qué queda de las aspiraciones variadas de las víctimas que habitan dentro? 
 Nos llamaron a Alençon para "remodelar" unos prefabricados (a)sociales... Nos dimos cuenta de que el barrio era una aglomeración de pueblos virtuales repartidos entre los edificios y que no mostraba más que un cuadro matemático y abstracto. ¿Dónde está la lógica, la fidelidad? La imagen arquitectónica es justo la contraria del modo en que se viven las viviendas . ¿Dónde está la lógica del funcionalismo?

P. Usted ha sido un pionero en el uso del ordenador en arquitectura a través de los programas que desarrolló hace años. ¿Cree, como entonces, que el ordenador puede ser utilizado como una herramienta de participación o ya no es tan optimista al respecto? 

 Sí, estoy completamente convencido. Un ejemplo: hemos decidido diseñar 75 viviendas diferentes en lugar de una sola repetida. Esto es ciertamente más complicado hacerlo a mano, pero un instrumento rápido permite esta diversidad, esta complejidad. Sin este instrumento, no estoy muy seguro de que pueda conseguirse fácilmente. 
 A mano, sin embargo, también lo hacíamos, pero nos metimos en un berenjenal a la hora de desarrollar nuestros "componentes". La verdad es que hacíamos informática antes de que ésta existiera, únicamente a base de pegatinas, algo así como prefabricados de papel. Un parque de piezas de recambio, una serie de ventanas en pegatinas, por ejemplo, permitía una gran número de "estándares" con un grado imperceptible y suficiente de repetición.
 Luego llegó la informática. Nosotros no fuimos los primeros en utilizarla en Bélgica, sino los segundos. Nos permitió conseguir de una forma sencilla un grado de diversidad infinitamente superior que la mano. Nosotros ya explicábamos entonces que nuestra informática también era una forma de que se nos tomara en serio, ya que ser participacionista en los años ochenta se había convertido en algo ridículo.

P. ¿Hace usted un seguimiento de sus edificios, observa su crecimiento y su evolución?

R. Sí, me preocupa ver cómo se desarrollan. No siempre tengo los medios para hacerlo, por diversos motivos. Cuando se realiza un proyecto mediante participación, es frecuente que aparezcan conflictos y los contactos no son fáciles.
 Sin embargo, no son sólo los edificios los que me interesan, sino las personas que los habitan. Con los estudiantes de medicina, y con sus hijos, aún mantenemos el contacto. En Marné-la-Valleé proyectamos 80 viviendas a las que aún vamos a veces. No llegamos a conocer a los futuros habitantes porque la constructora no quiso meterse en un proyecto de participación. Y ahora, de pronto, aquello se ha convertido en África Central. No sé lo que ha ocurrido, pero no hay más que negros. Es extraordinario, porque se trata de una ciudad por completo diferente. Y así, como ellos no tocan jamás una planta, todo lo que se plantó ha crecido dos veces más de lo que se pensaba. Es magnífico.

P. Se podría alegar que la excesiva diversidad puede minar el nivel de orden que garantiza el urbanismo clásico.

 R. Orden y desorden, salud y enfermedad, se confunden actualmente: lo fuera de escala y la repetición industrial son desórdenes evidentes, enfermedades. Han existido siempre dos tradiciones en el desarrollo de las ciudades europeas: la una es militar, produce retículas disciplinadas; la otra es civil, campesina incluso, se adapta a las situaciones, hace nacer las formas de los pueblos y de los centros históricos, las sinuosidades, mediante el respeto a los contextos, y gracias a una escala humanizada. Esta última es una tradición construida sobre gestos simples: ando y tengo una calle, me paro para hablar con alguien, y es una plaza. Ya sólo falta vestirlas de edificios... Hoy en día, el orden ha dejado de ser una realidad, se ha convertido en una ideología. Creo, de todos modos, que nuestras tradiciones se entrecruzan, las dos son necesarias, pero actualmente sólo reina la militar.
 Lo importante es no confundir caos y complejidad. Una ciudad es un ser vivo complejo que no puede expresarse de una forma simple, esto es algo sobre lo que no cabe duda... 

P. ¿Cree usted que las ciudades deben crecer o cree que ha llegado el momento de comenzar a trabajar exclusivamente sobre lo construido?

R. Ambos procesos son indispensables y se decidirán espontáneamente. La recuperación ecológica de todas las ciudades es indispensable. La primera ecología consiste en no demoler, o bien demoler lo menos posible. Hay muchos edificios que deben desaparecer, sin lamentaciones. Pero todo lo que sea utilizable, todo lo que tenga una buena estructura, hay que reutilizarlo, y con carácter de urgencia. Estas organizaciones deben tener una naturaleza "multi-autoral": ingenieros, políticos, arquitectos, pero también habitantes, hombres, mujeres y niños, los usos sucesivos... Hoy en día se tienen todos los instrumentos adecuados para llevar esto adelante, ¿por qué detenerse? ¿Puede haber idea más absurda que la de la tabla rasa?

P. El discurso arquitectónico de la modernidad ha girado frecuentemente en torno a los conceptos de progreso o reacción aplicados a las formas de los edificios. ¿Cree usted posible hablar de edificios progresistas o conservadores?

 Me parece muy dudoso. ¿Qué quiere decir vanguardia o retaguardia? Actualmente se han invertido por completo los términos: la tradición (inevitable en el pasado) se ha convertido en una elección libre, mientras que la opción `moderna' se ha vuelto obligatoria... Y eso que en nuestros tiempos posmodernos, se puede hacer de todo, incluso arquitectura. 
 Y si la vanguardia autoproclamada consiste en crecimiento ilimitado, en polución arrogante, habrá que llamarla retaguardia. La mayor parte de las arquitecturas oficiales "modernas" que se consideran obras maestras son cosas antiguas: es el patrimonio, es el pasado reciente el que se fija diciendo "aquí están los modelos". Hoy en día, la modernidad no es una realidad, es una ideología.
 En su adolescencia, la modernidad había combatido la tradición, se había liberado de ella y había conquistado el poder de hacer objetos demostrativamente industriales. Esto fue una gran liberación, es cierto: en los años 20 y 30, el Movimiento Moderno alcanzó una permisividad completamente nueva. Pero los contrapoderes se han convertido lentamente en poderes igualmente sofocantes.
 La arquitectura moderna se uniformó rápidamente y para hacerse pasar por moderna, se constriñó a no usar más que objetos industriales violentamente "a-culturales". Yo digo que la Bauhaus es uno de los edificios más feos del racionalismo porque se limitó a utilizar elementos producto de la industrialización. Los paños lisos, blancos y unidos sin traza ninguna de la mano, absolutamente ninguna decoración, ningún sentimentalismo, ninguna relación con el lugar, ninguna cultura en el sentido de expresión cultural de la realidad. Y todo ello muy conscientemente. Walter Gropius, que era ciertamente el más inteligente de los arquitectos de la época, fue por ello quien más lejos llegó en la aberración. Lo cierto es que todo aquello fue indispensable en aquel momento. Y ahora, la nostalgia se vuelve hacia aquellos períodos pasados y los reutiliza. No deja de ser curioso...
 Las formas que podrían haber sido utilizadas entonces eran consideradas nostalgia, en nombre de una lógica que hoy se reconoce como únicamente abstracta (se había estado jugando con las definiciones de las palabras). Cuando se construyen viviendas con la cubierta plana (en las que, desde siempre, han aparecido agujeros en las impermeabilizaciones), se sigue considerando algo racional, mientras que cuando se construyen cubiertas con su pendiente y de impermeabilidad garantizada, se le llama nostalgia. ¡Romanticismo!
 ¿Qué política expresa una arquitectura determinada? Es peligroso decidirlo: cada época vive sus virtudes (y esto es algo que se mueve rápido). Se ha dicho que las arquitecturas modernas eran socialistas... Los arquitectos tal vez lo fueran, pero dependían trágicamente del "espíritu del tiempo" y no podían imaginar o aceptar que una forma pudiera vehiculizar otra intención que no fuera la arquitectura por la arquitectura. Era una cierta esquizofrenia colectiva. 
 Hoy en día, es posible arriesgarse a proponer que una arquitectura es social cuando tiene en cuenta una cultura popular creativa hasta el límite de la empatía e incluso (casi) el populismo. Se podría incluso estar un poco seguro de que aquello que no expresa más que hechos industriales y financieros es capitalista, pero esto no es algo evidente para todo el mundo.
 Un ejemplo más brutal: Prora, en Rügen, un edificio de 4,5 km de longitud idéntica. Es fascista más allá de toda expresión. Adolfo Hitler había querido alojar allí a 20.000 veraneantes nazis meritorios, todos delante del mismo bello paisaje. Y no ha sido sino muy recientemente cuando algo ha basculado y ya se puede confirmar que aquello era fascista. Antes, se consideraba estúpidamente que era una arquitectura bien hecha, un poco larga, quizás... En los años treinta, todos los modernos hacían más o menos lo mismo... el culpable era el espíritu del tiempo, que estaba por la "resolución de problemas" y no por la poética del espacio y la cultura... Se vuelve a oir hablar de ello en informática con el "General Problem Solving". En el MIT, Herbert Simon, Marvin Minski y algunos cómplices son de nuevo culpables de calcularlo todo racionalmente, definitivamente, con un utillaje brutal: la Bauhaus no había hecho otra cosa. Para ellos, resolver el problema del hábitat era darle una forma definitiva fueran cuales fueran las circunstancias que pudieran introducir desvaciones. En lugar de preservar su "liturgia", su irracionalidad, su ecología social.
 El espíritu del tiempo consistía en resolver los problemas industriales, sociales, culturales, de masa, y encuadrarlo todo dentro de leyes monolíticas y definitivas.

 P. ¿Tendría alguna recomendación que ofrecerle a los estudiantes de arquitectura?

R. Simplemente que hay que permanecer muy atentos a la evolución de los espíritus, sobre todo de los que no tienen ocasión de expresarse: lo "popular" siempre acaba devorado por el poder. 
 Este arsenal de autoridades, de técnicos, de administraciones cerradas, de finanzas, de empresas desmesuradas acaban cercenando las aspiraciones de la "gente" y no dejan a su creatividad más que unos cuantos medios de comunicación y de sentido único. Hasta Internet ha sido movilizado y ocupado por compañías de un tamaño demasiado grande: ya queda poco de la comunicación gratuita o solidaria de la que se hablaba en sus comienzos... Hay que saber hasta qué punto la "gente" se siente colonizada por el poder y esto la lleva a negarlo. El resultado es que se dedican a "zapear" de un político a otro y que pierden toda confianza en el sistema industrial. Comienzan a asociarse entre ellos contra el "sistema", pero sin violencia, y esto es algo nuevo. Las asociaciones de trueque, los bancos de ayuda a la pobreza, la autoconstrucción, etc, son síntomas de este distanciamiento.
 El estilo internacional contribuye a bloquearlos: se reconocían más familiarmente en las estructuras y en las imágenes de su cultura local contemporánea. Y no se trata de reivindicar una forma de disfrazamiento, eso sería puro atavismo. Lo cierto es que, al investigar pueblos lejanos, a todo el mundo le asombra la diversidad de culturas del hábitat, de objetos, de leyendas, pero al parecer nosotros ya no tenemos derecho a ello...
 En lugar de esperar construir palacios, los jóvenes arquitectos deberían dedicarse más bien a construir para estos colectivos autogestionados, atendiendo a las diversas ecologías y a esas formas de fragmentación de la construcción que permiten, incluso a través de nuestras estructuras de mercado (¿libre realmente?), nuevas responsabilidades, nuevas redistribuciones de las funciones, de las técnicas y los materiales en base a otros criterios al margen del coste o la moda... El CASCO, en los Países Bajos, es una de estas organizaciones: separa los soportes portantes, duraderos, de los aportes renovables, pudiendo el uno pertenecer al propietario y el otro al inquilino. Los materiales no contaminantes y no despilfarradores de energía siguen siendo difíciles de conseguir; y lo mismo ocurre con las técnicas que los organizan. Pero su utilización también cambiaría profundamente la arquitectura, su imagen, su inscripción en la economía general, su paisaje, etc. Aquí hay toda una nueva región de la arquitectura por descubrir, por inventar, un hueco en blanco en el mapa. Y además, me parece muy bien que estudien arquitectura incluso aunque no sea seguro que puedan llegar a hacer arquitectura tal como se la conoce hasta ahora. Pueden inventar otra. Pero estoy seguro de que la actividad que realicen estará ligada a los estudios que han seguido. Es importante: hace no mucho tiempo, en la Sapienza de Roma había 25.000 alumnos. No había trabajo para más de 250, pero eso ha creado un extraordinario interés nacional por la arquitectura: ¡no hay más que ver sus publicaciones! 
En cualquier caso es más importante ser contemporáneo que moderno... 

Apostar por la complejidad

Es la íntima imbricación entre teoría y práctica, junto con la capacidad de los ciudadanos para decidir sobre su entorno y en la de los arquitectos para hacer arquitectura, lo que otorga su poder de convicción al discurso y la obra de Lucien Kroll, quien se instala sin ambages en la contradicción, la complejidad y la incertidumbre. Eso sí, sin renunciar a unas pocas certezas, como las que expone en Bio Psycho Socio Eco, su último libro, en el que reúne proyectos y reflexiones: «Estamos seguros de pocas cosas: la talla (aproximada) de un hombre, el sol (mejor al sur), la memoria (aún confusa) de la historia, la necesidad de confort (físico y moral)». Estas coordenadas son las que han permitido a Kroll orientarse dentro de la complejidad y construir a lo largo del tiempo una propuesta caracterizada por una serie de elementos fundamentales: la preservación de la diversidad como condición básica; la fragmentación de las escalas para aproximarlas a las manejables por el hombre; el uso de los ordenadores, en el que Kroll fue un pionero y un innovador, como herramienta para facilitar la participación y la toma de decisiones, más que como simples medios de representación; la puesta a punto de sistemas constructivos que permiten separar la estructura básica (soporte) de la secundaria (aportes), desarrollando los concebidos por John Habraken en los años sesenta para facilitar la versatilidad y la flexibilidad; la atención a las formas de producción y los recursos locales; la incorporación del tiempo al proyecto, en la seguridad de que los mejores espacios construidos son los que mejor saben evolucionar y transformarse...
Producto de la aplicación de estas coordenadas son algunas de las obras más paradigmáticas del Atelier Lucien Kroll: el conjunto residencial para 150 familias en Vignes Blanches en Cergy-Pontoise (1977), la rehabilitación de unos bloques de vivienda social degradados en Alençon (1978), el Liceo Técnico de Belfort (1989) o el barrio Ecolonia (1988-1992) de viviendas ecológicas en Alphen aan de Rijn, en Holanda.

jueves, 14 de junio de 2012

Desquite. Giovanni Papini


He sacrificado una suma inmensa y he disminuido mis rentas fijas en algunos millones, pero una de las fantasías mas antiguas de mi juventud se ha convertido en un hecho visible. La ciudad ha sido bofeteada, la naturaleza ha sido vengada.

He vivido durante muchos años en horribles habitaciones en los barrios más populosos de la ciudad más populosa, polvorienta y rumorosa del mundo. Odiaba las habitaciones, las casas, las calles, la ciudad. Y no tenía más remedio que vivir allí. Y pensaba que, cincuenta o cien años antes, en el lugar de aquellos inmundos callejones, de aquellos caserones sucios y apestosos, de aquellos laberintos de asfalto y de barro, había praderas donde las flores se abrían al sol, campos donde los frutos maduraban, los pájaros cantaban, corrían las liebres y el viento pasaba libremente: la tierra franca, saturada de agua, olorosa de hierba sana, silenciosa, hospitalaria a los vagabundos. Y soñaba que un hombre poderosísimo —rico o dictador— podría divertirse un día en devolver a la naturaleza un pedazo, al menos, de aquella asquerosa ciudad, derribando las casas, desempedrando las calles y haciendo volver al aire límpido donde había corrupción, los marjales floridos donde corrían las cloacas, el silencio donde había el estruendo, la soledad donde millares de hombres se amontonaban en tumbas de ladrillos superpuestas.
Este pensamiento me guió, tal vez, sin darme cuenta, cuando compré muchas casas en uno de los barrios populares de New York. En vez de invertir mi dinero aquí y allá en la metrópoli, di orden a mis agentes de comprar únicamente casas en aquel barrio. Con el tiempo lo habría transformado sacando una renta tres veces mayor. Pero cuando me di cuenta de que poseía dos o tres calles enteras, y, a excepción de algunos trozos aislados, todo el barrio, me asaltó, con extraña fuerza, el recuerdo y también la tentación de aquel sueño.

La fantasía rebasaba todos los cálculos: no pude resistir. Poco a poco conseguí comprar las pocas casas que no eran de mi propiedad y me encontré dueño absoluto de veinte acres de New York, más de ochenta mil metros cuadrados. Fueron necesarios seis meses para hacer salir a todos los habitantes y diez meses para derribar todas las casas. Quedaban, entre los escombros, algunas vías públicas sobre las cuales no tenía derecho. Fue necesario un año de gestiones e instancias cerca del municipio y del Estado de New York para que me cediesen aquellas calles para mi uso. No habiendo ya habitantes, las calles de acceso a las casas destruidas eran ahora inútiles. Tuve que hacer creer que destinaría a uso público el parque, para hacer desaparecer la última resistencia. Apenas estuvo todo en regla, obré como me pareció.

Los veinte acres fueron circundados de una gran muralla alta, sin ventanas, cancelas o portalones —el ingreso para mí es subterráneo— y un cuartel general de botánicos, de zoólogos y de ingenieros, después de tres años de trabajo, ha realizado el milagro. En el lugar del asqueroso barrio habitado por obreros, pequeños empleados, pequeños tenderos, se halla ahora una especie de selva virgen con largos bosques, prados y canales, donde los pájaros cantan, donde los árboles florecen, donde apenas se oye, lejano y confuso, el rumor de la ciudad infernal.

Una parte del terreno ha sido convertido en jardín zoológico; leones y panteras rugen allí donde antes alborotaban los chiquillos y charlaban las comadres. En la parte destinada a bosque he hecho introducir liebres, ardillas y erizos, y nadie tiene derecho a matarlos. Las plantas traídas aquí ya adultas, defendidas con los métodos más seguros, están ya vigorosas y se multiplican, hasta el punto de formar umbríos senderos y dédalos pintorescos; la ilusión de estar apartado centenares de millas de la población mas inmunda de la tierra.

Aquí no hay casas, a excepción de algunos pabellones escondidos para los jardineros y los guardianes de las fieras. Quien pasa por el exterior no ve nada, no disfruta nada; tal vez por la noche, en las calles vecinas se oirá el rugido de un tigre o el canto del ruiseñor.

Yo solo disfruto de este pequeño paraíso terrenal reconquistado. No hago entrar a nadie ni invito a nadie.

No he gastado una parte importante de mis capitales para ser admirado o para oír cumplidos, sino solamente para contentar a aquel muchacho que llevó, hace ya tantos años, mi mismo nombre y sufrió el fétido amontonamiento y la estrechez de la ciudad, y al fin se ha vengado restituyéndolo a la luz al menos un trozo de aquellos campos que los hombres habían escondido bajo innobles cubos celulares.

En las calles por donde todos pasaban, no paso más que yo. Donde los automóviles aullaban y apestaban, se pasean los plácidos osos. Donde había un bar, hay una fuente de agua clara. Donde el prestamista se hallaba apostado, en espera de una víctima, el chacal se solaza al sol.

Me he pagado, en el corazón de una ciudad orgullosa y colosal, el verdadero lujo, el más costoso del hombre moderno: el aislamiento y el silencio. Los que pasan por el exterior y ven los altos muros desnudos y saben lo que hay dentro, exclaman: ¡Caprichos de un loco!

Yo, en cambio, tengo la impresión de haberme fabricado, en el recinto de un vasto manicomio, una pequeña pero alegre celda de sabiduría.



lunes, 30 de abril de 2012

La ciudad de la eterna pobreza

El título de "La ciudad de la eterna pobreza" corresponde al nombre del capítulo 12 del libro Ciudades del Mañana de Sir Peter Hall, un reconocido urbanista inglés, que ve a la pobreza (y a la delincuencia e inseguridad en las ciudades a las cuales asocia de antemano con la pobreza urbana) como un mal de orígenes desconocidos e incognoscibles, como lo fuera la peste negra en su momento en la Europa medieval. Tal es su ignorancia que, a pesar de ser un especialista en temas urbanos, no tiene pena de reconocerla. Aunque más bien es cinismo, pues no tiene empacho en poner una cita del Capital de Marx, en donde se explica la ley general de acumulación capitalista. 

Describe el caso de tres ciudades: Chicago, St. Louis y Londres. Las primeras dos ciudades en los años veinte y treinta, en el tiempo del blues, cuando era llamada música del diablo. De Londres habla de aquella época de finales de los setenta y principios de los ochenta. A esta etapa la representa un hijo lejano del blues, el punk-rock. En ambas etapas habla de revueltas urbanas (épicas y sangrientas) que no tiene tiempo de explicar en términos, cuando menos sociales, más amplios. Del terrible Red summer  y los Chicago Race Riots de 1919, pasamos a los London´s riots de los setenta y ochenta (por ejemplo el famoso Brixton riot), si bien podríamos agregar otros muchos, incluyendo los más recientes en esa misma ciudad del 2010 y 2011.

Hall, citando a Lewis Mumford, se pregunta desconcertado como es que fue posible “el fracaso de la ley y el orden en el momento álgido del poder metropolitano y de la prosperidad”. Y continua: "en la ciudad de mi juventud había especie de estabilidad moral y una seguridad que ahora ha desaparecido en casos de modelos urbanos de ley y orden como Londres” (Mumford, 1982)

Quizá ese álgida prosperidad no lo era tanto para todo el mundo.


Red summer  en Omaha, Nebraska.
Gráfico comparativo de los ancestros de los norteamericanos. 

Hall tiene el acierto de empezar el capítulo con el siguiente fragmento de la canción de Bessie Smith - Black Mountain Blues (1930):

"Got the devil in my soul, and I'm full of bad booze

Got the devil in my soul, and I'm full of bad booze
I'm out here for trouble, I've got the Black Mountain blues"

Los niños aparecieron en Europa junto con el reloj de bolsillo y los prestamistas cristianos del Renacimiento...

"La niñez como algo diferente de la infancia, la adolescencia o la juventud fue algo desconocido para la mayoría de los periodos históricos. Los niños aparecieron en Europa junto con el reloj de bolsillo y los prestamistas cristianos del Renacimiento. Antes de nuestro siglo ni los ricos ni los pobres supieron nada acerca de vestidos para niños, juegos para niños, o de la inmunidad del niño ante la ley. La niñez pertenecía a la burguesía. El hijo del obrero, el del campesino y el del noble vestían todos como lo hacían sus padres, jugaban como éstos, y eran ahorcados igual que ellos. Después de que la burguesía descubriera la "niñez", todo esto cambió. Sólo algunas iglesias continuaron respetando por cierto tiempo la dignidad y madurez de los menores. Hasta el Segundo Concilio Vaticano, se le decía a cada niño que un cristiano llega a tener discernimiento moral y libertad a la edad de siete años y a partir de entonces es capaz de caer en pecados por los cuales podrá ser castigado por toda una eternidad en el infierno. A mediados de este siglo, los padres de clase media comenzaron a tratar de evitar a sus niños el impacto de esta doctrina, y su modo de pensar acerca de los niños es el que hoy prevalece en la Iglesia.
Hasta el siglo pasado, los "niños" de padres de clase media se fabricaban en casa con la ayuda de preceptores y escuelas privadas. Sólo con el advenimiento de la sociedad industrial la producción en masa de la "niñez" comenzó a ser factible y a ponerse al alcance de la multitud. El sistema escolar es un fenómeno moderno, como lo es la niñez que lo produce"
Iván Illich. La sociedad desescolarizada. (México, 1985)


Ya lo escribió Ivan Illich. La infancia es un invento de la modernidad, del mundo y de las sociedades "desarrolladas". Uno de los más efectivos instrumentos de reproducción de las prácticas culturales de la sociedad moderna, Una idea de varias formas perversa, debido a sus máscaras de buenas intenciones. A su seducción como herencia otorgada a los vástagos, como patrimonio legado, como un bien, ganado en transa o lotería. Ofrecer una buena infancia a los descendientes es una medalla que ennoblece socialmente. Que justifican los trabajos más atroces, las tareas más viles.